Wednesday, January 23, 2008

Indeleble

Cuando mi mamá me habló de sexo a los 14 años lo pude ver casi a la perfección: carnes, humores y fluidos, formando una amalgama perfecta. Me pareció hermoso e intrigante. A partir de ese momento empecé a coleccionar parafernalia relacionada con el sublime tema.

Sin embargo, unos años después, cuando mis hormonas luchaban por mutar mi cuerpo todavía de niña, el Gobierno informó que a menos de que se tomaran medidas extremas, la sobrepoblación que afectaba al País agotaría la última reserva de recursos empujándonos a la muerte.

Meses más tarde, el líder del Instituto por la Represión Natal –conocido por todos como IRN- se apoderó de los altos mandos de la Nación e instituyó el R0001, reglamento que castigaba con la muerte a la reproducción humana. Bajo el R0001, todos los ciudadanos eran sometidos a extensivos estudios genéticos para determinar la calidad de sus genes, sólo una de cada mil personas resultaba apta, el resto de la población era esterilizada.

Yo resulté una de las elegidas y de inmediato fui recluida en la Academia perteneciente al IRN. El Gobierno se volvió dueño de mi útero, sólo él podría decidir cuándo era favorable que procreara y con quién. De alguna manera logré conservar las imágenes tridimensionales que habían alimentado mi imaginación durante tanto tiempo; pasaba horas contemplando El nacimiento de Venus de Botticelli, El éxtasis de Santa Teresa de Bernini o Las señoritas de Aviñón de Picasso, pensando en la voluptuosidad y el deleite del sexo.

Mi adolescencia la dediqué al estudio y el ejercicio, siempre alejada del contacto humano, interactuando sólo con máquinas y voces omnipresentes, todo para garantizar la preservación de mi fortaleza genética. Cuando llegó el momento, la Academia determinó que estaba lista para estrenarme como espécimen reproductivo y me ingresaron al Centro de Alistamiento Sexual, un templo dedicado a preparar a los Elegidos para la procreación. “El método es nuestra esperanza” eslogan del Centro, regía los procedimientos internos. Paso uno: ingesta de afrodisíacos químicos. Paso dos: proceso de lavado y lubricación. Paso tres: recubrimiento e introducción de traje sensorial. Paso cuatro: estimulación virtual hasta alcanzar el clímax. La Computadora Central hacía una lectura neuronal del sujeto y creaba escenarios que propiciaran la excitación; según sus cálculos, entre más orgasmos tuviera el sujeto, más posibilidades de fecundación habría. Creo que sabían de mis placeres ocultos porque más de una vez fui la Maja desnuda y Francisco de Goya me poseyó como siempre soñé que lo haría, en otras ocasiones fui una de las prostitutas que Modigliani retrataba magistralmente e incluso en una sesión personifiqué a un cadáver del fotógrafo Joel Peter Witkin, quién después de capturar la imagen de mi cuerpo ya sin vida, me ultrajó deliciosamente sin que pudiera oponer resistencia.

Alcanzaba el éxtasis sin problemas, a veces hasta cinco o seis veces por encuentro virtual. Y aunque no tenía punto de comparación sentía que algo faltaba. Semanas más tarde, mientras completaba un examen para evaluar mi estado mental, una falla de la Red interna del Centro producida por los enemigos del IRN ocasionó que las preguntas de rutina fueran sustituidas por frases como “¿A qué huele el deseo?” o “¿Qué significa hacer el amor?” e imágenes artísticas, pornográficas y amateurs de cuerpos mucho menos hermosos que los de mis sesiones pero extrañamente más atractivos.

Todo volvió a la normalidad en unos minutos pero mi encuentro con el sexo real dejó una marca indeleble. Durante las sesiones consecuentes no llegué al clímax ni una sola vez. “Todo está en orden, su problema no es fisiológico” reportaron los médicos a mi supervisor durante la exploración. Mientras ellos discutían sobre el método más apropiado para tratar mi condición, tomé un escalpelo y me lo clavé en los genitales. Inmediatamente me amarraron y sedaron. Cuando recobré la conciencia, me encontré rodeada de aridez, había sido expulsada para siempre de la Academia. Borraron mi registro y, desangrándome como estaba, se deshicieron de mí esperando que alguna de las criaturas hambrientas del desierto me devorara.

Reuní las fuerzas que me quedaban y caminé durante horas hasta desmayarme. Desperté en una choza de lámina, una anciana con la piel curtida se encargó de mí hasta que mis heridas sanaron. Mis conocimientos y habilidades físicas me abrieron las puertas de su pequeña comunidad y asimilé la vida afuera de la Academia. Experimenté el sexo y años más tarde, al lado del hombre que sería mi compañero hasta la vejez aprendí a hacer el amor, y aunque quizá no tenga seis orgasmos en unos cuantos minutos, el sexo real probó ser todo lo que soñaba: una hermosa amalgama…insustituible e indeleble.

7 Comments:

Blogger JOEL said...

El sexo en tiempos y de Amor y recuerdos de un orgasmeante pasado. Esa es mi humilde propuesta de titulo.


Te saludo desde el IRN y te comento que seguimos en pruebas lastima que te hayas escapado de esta fabulosa institución

11:27 PM  
Anonymous Anonymous said...

"sin aridez no hay orgasmo"

indiscutiblemnte lo mejor q haz escrito en un rato.....largo

11:59 PM  
Anonymous Anonymous said...

¨El corazon de la manzana¨

alegorico, sutil y bastante descuadrado.
Me alegra verte de ¨regreso¨.
Cuidate Urs, y nos vemos por ahi.
¨el anonimo¨

8:51 PM  
Anonymous Anonymous said...

Hola,

Te sugiero como título:

"El sabor de la libelula"

Shrek

4:10 PM  
Anonymous Anonymous said...

Hey Ursula, santo google que despues de unos tantos anos por la curiosidad "typed" tu nombre y es que llego a tu blog y por delante, un texto de sensaciones muy crudo, del modo como me recuerdo de ti. Bueno, nada, te mando un "hola" desde Rio, y mi deseo de que esteas aun mejor! cuidate mucho, bs Diego

7:17 PM  
Anonymous Anonymous said...

¿Tuviste hijos?
¿Estás enamorado?
¿ya no cojes por cojer?

8:26 AM  
Blogger Nadia said...

me agradó el relato :)
felicidades

10:13 PM  

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