Saturday, November 18, 2006

Inclemente

La encontré oliéndose las axilas.

- ¿Qué haces? ¿Porqué te hueles?
- Para que mi olor me diga qué soy.

Se giró y me miró.

- ¿Por qué estoy aquí? ¿Por qué no puedo salir a respirar con los peces?

No pude contestar. ¿Cómo explicarle?

- Marina, ¿por qué pasó eso del coche?

Parecía no haberme oído y ahora se olía los pies descalzos. Me arrodillé junto a ella en el suelo y busqué sus ojos.

- ¿Lo escuchas? Mira, huele- y me ofreció uno de sus pies- ¿qué te dice?
- …
- Dice que soy mujer y que estoy sana. ¿Viste? no lo digo yo, lo dice mi olor. No me crees ¿verdad? Huele esto- separó las piernas, se hurgó el sexo con los dedos y me los dio a oler- ¿a qué huele? ¿a que soy fértil, a que me excitas, a que quiero que me penetres? Dime, ¿a qué huele?

Me paré de un salto y le di la espalda. La mar a lo lejos estaba molesta. No podía dejar que me arrastrara, tenía que ser más fuerte que ella.

- Marina, vine a hablar contigo de lo que pasó con el coche, yo no…
- ¿A qué huele? ¡Dímelo!

Sus ojos se llenaron de furia e inmediatamente de tristeza, lloraba hecha un ovillo a mis pies. Me hinqué de nuevo a su lado y tomé su mano: qué frágil, qué ligera, no parecía estar hecha de carne.

- Huele… a mareas violentas…a aguas prohibidas.

Acerqué sus dedos a mi boca y los lamí despacio, me los introduje uno a uno y dejé que mi lengua jugara con ellos. Marina se retorcía. La brisa salada de su boca empañaba las ventanas.

El aire húmedo y, entre nosotros, una laguna que brotaba por debajo de su bata.

- ¿Y a qué huelo yo, todita?
- Tú hueles a sal, a roca. Hueles a lágrimas condensadas, a violencia, a que puedes matar con tu abrazo- tomó mi mano y la acercó a su sexo, mis dedos la rozaron y su clítoris dio un coletazo de placer.

Entonces me arrebató los dedos y los forzó a que la penetraran, de su sexo nació una ola que me golpeó con fuerza alejándome, el cuarto sucumbió ante una marejada iracunda que azotó puertas y ventanas destrozándolas.

Traté de mantenerme a flote pero las crestas me embestían furiosas. Caí inconsciente.

Cuando recuperé el sentido, estaba en la playa, el mar apacible, sonriente. Los guardias de la clínica no tardaron en llegar, me aprehendieron.

No estoy solo, ella viene a visitarme a menudo, lo sé porque puedo olerla desde aquí: húmeda, salada, inclemente.