La misma relación de un niño con un algodón de azúcar: peligrosa y pegajosa pero ¡ah, qué dulce!
Mi primer encuentro con Rayuela ocurrió en un lugar de la Ibero del cual prefiero no acordarme, fue breve pues era préstamo bibliotecario.
Mi segundo encuentro ocurre años después, cenando un sandwich de pavo con puré en Sanborns con la sola compañía de mis papelosos amigos los libros.
Hasta ahora el reencuentro ha sido exitoso pues él, completamente imperturbado, comenzó la conversación con un "Sí" que sonaba a vieja charla por lo que supuse que los años intermedios entre un hojeo y otro significaron nada para él.
Ya en el segundo punto y aparte estaba criticando mi piyamismo (ah! porque para quien no lo sepa mis tarjetas de presentación ahora dicen: "Ursula Fuentesberain piyamista profesional", los pormenores del piyamismo son extensos por lo que explicarlos en este momento resultaría inoportuno) por lo que me quedó clarísimo que nos habíamos reencontrado justo en el momento preciso: unos segundos antes de caer en otra de mis ya habituales depresiones post-universidad-post-periodismo-post-europa.
¿Cuántos textos se hubieran salvado de la pedantería soporífera de haber acabado con un simple “y basta”?
¡Qué fácil sería todo si pudiera encontrarme a quien necesito agachada junto a un gato!
Donde el cielo vale más que la tierra… ese lugar existe en el Boulevard Jourdan y en la azotea de mi edificio en Lomas de Sotelo.
¿Cuál es tu signo? Preguntó la maestra-pseudo-cuentista a Alicia, la poeta. Virgo, respondió, mejor hubiera sido haber dicho “buscar es mi signo”.
¿Qué va a pasar con mis libros y los suyos cuando al fin estemos juntos? ¿Cuál ejemplar de Rayuela conservaremos? El suyo es de pasta dura, el mío es la edición económica. ¿Los acomodaremos uno junto al otro rotulados con nuestros nombres para llevárnoslos el día en que todo se vaya a la mierda? ¿O escogeremos el suyo y venderemos el mío en veinte pesos en La Lagunilla?
“… y sabiendo que como siempre me costaba mucho menos pensar que ser” porque cuando soy, no soy más que una empiyamada que huele a axilas y que ve televisión seis horas al día.
Por eso me convenzo de que la estupidez se llama tener tres lados y que sesenta y cuatro es un perro.
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